24.
El desconocido Cristo de las Aguas del convento de la Trinidad.
© Pedro Castellanos
Es una imagen de autor anónimo, que podemos datar en la primara mitad del siglo XVI y de escuela castellana. Por su ancha corona de espinas, labrada
en la propia cabeza, recuerda a los modelos del escultor francés afincada en
España Juan de Juni (Joigny, Francia, 1506–Valladolid,
10 de abril de 1577). Tenía su propia capilla en el convento más antiguo de la
ciudad, el de frailes de la Santísima Trinidad, llamada del Cristo de las
Aguas. Así se le llamaba al menos desde finales del siglo XVIII. El nombre
parece ser que se le puso porque salía en procesión para pedir la lluvia, como
se hacía con la Virgen de Bótoa. En un primer momento, el Cristo estaría en el
de la Santísima Trinidad. Tras arruinarse en el sitio de 1811 por los
franceses, fue trasladada al desaparecido convento de monjas jerónimas de San
Onofre, que dio nombre a la calle Menacho, que estaba un poco más adelante del
convento de las Descalzas. A pesar de los disturbios que veremos ahora, pasó al
convento de los Remedios de la calle Mesones, hoy San Pedro de Alcántara,
frente al callejón de Manuel Cancho, que era de monjas trinitarias. Nunca
volvería al de San Onofre. Debido al estado de ruina del convento de los
Remedios, de mediados del siglo XVII, el obispo les concedió la ermita de la
Paz, que formaba parte del hospital de San Andrés, luego llamado de la
Concepción. Allí estuvieron hasta su traslado a Valladolid, donde hoy
permanecen. El Crucificado se encuentra en la sencilla capilla que allí tienen
y necesita una restauración, pues se encuentra afectado por la carcoma. Junto a
una bella Inmaculada que se encuentra en la parroquia de San Andrés, son hasta
el momento, las dos únicas imágenes que han llegado hasta nuestros días del
convento de los trinitarios, fundado en siglo XIII.
El Cristo se traslada
en 1811 al convento de monjas de San Onofre. En 1812 se traslada por la fuerza
al de los Remedios de forma violenta, con la oposición de las monjas jerónimas.
Las monjas del convento de San Onofre dirigen una carta al capitán general
de Badajoz el 19 de noviembre de 1812, que dice lo siguiente: «Que
a evitar todo insulto o desacato que pudiese acontecer en los templos de esta
plaza, cuando ejecutaron los franceses entrada a la fuerza de las armas en el
año próximo pasado, acordó con las exponentes, el prelado o regente del
convento de Trinitarios calzados de esta misma ciudad la traslación de la
imagen del Santísimo Cristo de las Aguas de su iglesia a la iglesia de San
Onofre, con el justo objeto de facilitar a los fieles lugar en que poder
tributarle el debido culto y en donde debería subsistir, ínterin [=entretanto]
que el superior o prelado de su orden no determinase otra cosa. Así ha
permanecido en estos términos, colocada la sagrada imagen por espacio de dos
años en su altar, adornando a expensas de las mismas religiosas y sin obstáculo
alguno. Hasta que en el día de ayer, mañana, al tiempo de concluir el
sacrificio de la misa se arrojaron de pronto dos hombres con su escalera de
mano y otros pertrechos al altar referido. Y sin guardar respeto ni decoro
alguno a aquel lugar sagrado, con ímpetu, arrancaron el Crucifijo, llevándoselo
furtivamente, no haciéndose caso de las súplicas y clamores de las mismas
religiosas, que desde el coro se les hacía para que lo dejasen en su trono;
antes sí atropellando por entre las mujeres que había en la iglesia. Con
notable escándalo de ellas lo efectuaron con más precipitación. Habiendo
después averiguado que este atropellamiento ha sido dispuesto por fray Juan
Rastrollo, del convento de San Agustín, llevándose dicha efigie al convento que
era de religiosas Trinitarias, en donde no existe de su comunidad más que de
una monja con una mujer seglar. Y en su iglesia cuasi ningún culto, por estar todo
su edificio arruinado e incapaz de vivir en él poca ni mucha parte de las
religiosas que tenía antes de ser destruido. Y no siendo justo que este individuo del convento de San Agustín se
entrometa en cosa que no le pertenece y evitar para lo sucesivo unos hechos de
esta naturaleza. Por tanto, suplicamos se digne tener a bien amparar esta
nuestra solicitud dirigida a que la expresada efigie del Santísimo Cristo de
las Aguas sea restituida a su propio altar señalado en nuestra misma iglesia,
por cuanto el expresado fray Juan Rastrollo, puesto que nos consta que él mismo
se estuvo a la parte de afuera de la iglesia en acción de proteger el atentado
de aquellos dos hombres, siendo uno de ellos primo hermano suyo, llamado Juan
Melgarez. Pues de no corregirlo en estos términos, quedando impune de este
exceso, unos y otros serán capaces de cometer otros mayores cada y cuando que
se les ofrezca, siendo constante de que estos, ni la monja de aquel arruinado
convento, ningún derecho tiene a esta referida imagen y menos para rasgar ni
destronar las cortinas de seda y demás adorno que tenía en su altar, adornado a
nuestras expensas. Gracia que esperamos dé la recta justificación».
Figura una nota marginal del 20 de noviembre de 1812. José
Carvajal Gordillo citaba que tenía conocimiento del despojo violento e impropio
de la imagen del Cristo de las Aguas «es
bien público, también lo es que corresponde al ilustrísimo señor arzobispo,
obispo de esta diócesis, que actualmente se halla en esta ciudad y según
noticias positivas concedió permiso a una religiosa del convento de los
Remedios para recoger las efigies del arruinado [convento] de religiosos de la
Santísima Trinidad que se hallaban extraviadas y sin culto público».
Otro documento fechado el 25 de noviembre de 1812 cita que el
traslado del Cristo fue por orden de sor Nicolasa, monja trinitaria del
convento de los Remedios «a cuya
comunidad había concedido permiso su señoría para que recogiesen los efectos,
efigies y pertenecientes al convento de trinitarios calzados de esta ciudad,
con inteligencia y a instancia de fray Antonio, religioso e individuo del
mismo convento, encargado en la administración de sus rentas y que no hubo
escándalo ni alboroto alguno». Se haría comparecer a sor Nicolasa para que
explicase los motivos que tuvo para sacar el Cristo de las Aguas. Más tarde las
monjas citaban que «el origen de estos disturbios son el haber privado justamente en la
elección de voto y voz a doña Isabel Gómez, presidenta entonces, puesta por el
intruso vicario apostólico de los franceses. Por esta razón, aunque con bastante repugnancia, fue necesario (por no
haber otra con antigüedad para serlo) hacer a doña Patricia Suárez, una de las
consiliarias. Esta fue, señor, la que causó a vuestra señoría el disgusto. Y a
nosotras el consabido bochorno en el indebido recurso hecho al general marqués
del Palacio, cuando con orden de vuestra señoría se trasladó el Santísimo
Cristo de las Aguas de esta nuestra iglesia al de los Remedios. Esta misma, con
aquella otra, juzgó (no sin graves fundamentos) son las que formándose partido
habrán informado (…) sin temor de Dios, como se deja ver por su resultado,
siendo este injuriar (con una falsa calumnia). Indirectamente, la respetable
persona y sagrado carácter del señor provisor, la sana fe con que hemos
procedido a la venta de una casa muy antigua y vieja, calle del Granado [hoy Meléndez
Valdés], y la inocente y desinteresada conducta de nuestro mayordomo don Tomás
Crespo y nuestro maestro de alarife Pedro Carrasco, de lo cual (si necesario
fuere), prestaremos el testimonio y juramentos necesarios todas aquellas que
por la misericordia del Señor nos vemos ahora libres de la envidia, el odio,
rencor y venganza, con otras pasiones que llegando a poseer el corazón de las
criaturas las hacen olvidar de su Dios, a quien todas debemos amor y temor de
su misma alma y salvación eterna. Para
esta venta, señor ilustrísimo, precedieron el unánime consentimiento de la
comunidad, la tasación hecha por el mismo maestro del convento, con la cual se
conformó la parte interesada que la compró cuando pudo muy bien no conformarse
la debida licencia del señor provisor, con cuya aprobación y autoridad
otorgamos la correspondiente escritura, que firmamos la priora, vicaria y
consiliarias, como es de uso y costumbre. Recibimos el dinero que pusimos en el
arca del convento para el justo e indispensable uso que se ha hecho y hace de
él en la composición de la torre, reedificación
de no pequeña parte del convento y urgencias nuestras comunes [y]
necesidades, siendo esto así como realmente lo es. Se ignora del todo según ley
y el parecer de quien sabe muy bien lo que es derecho, cual sea la enormísima
lesión que a vuestra señoría siniestramente faltando en todo a la verdad han escrito,
que hayóse en la venta de dicha casa». El documento lo firma la priora del
convento de San Onofre, Teresa Badajoz, el 14 de septiembre de 1813. Lamentablemente,
el Cristo de las Aguas ha permanecido en Badajoz hasta la marcha de las monjas
trinitarias a Valladolid en abril de 2001.
Distintos lugares donde estuvo el Cristo de las Aguas. (1) En rojo el convento de la Santísima Trinidad, su sede primitiva. (2) En verde el desaparecido convento de San Onofre. (3) Después estuvo en el desaparecido convento de Ntra. Sra. de los Remedios (azul). (4) En amarillo la última sede que tuvieron las monjas de los Remedios o Trinitarias, hoy abandonado hasta su traslado a Valladolid, junto con la imagen del Cristo que conservan en su capilla actual. El plano es algo posterior a la fecha del documento, sobre 1871.
Fuente: Archivos Eclesiásticos de Mérida-Badajoz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario